El propósito de este artículo no es mas que ofrecer un marco de análisis para el estudio de la militancia política en el contexto de los tiempos actuales. La política implica acción, y la acción implica militancia. La militancia implica movilización, y la movilización, en muchas ocasiones, una forma u otra de violencia. En un tiempo de crisis en la que las opciones “escépticas” y “antisistema” crecen y se enrarecen los ánimos de las nuevas generaciones contra el statu quo socio-liberal, parece probable que viviremos una ola de militancia y violencia política, y cuando esto sucede, a uno solo le queda surfear la ola.
Pero para surfearla, sea con la intención que sea, es necesario conocer sus corrientes, su velocidad, su altura y su destino. Y si bien es harto difícil, podemos aproximarnos observando los modelos que se han propuesto para las olas de agitación política previas. Trataré de ser breve, pero cualquiera que quiera profundizar en la cuestión le recomiendo a tres autores en concreto que considero fundamentales. Eduardo Rey Tristán, Eduardo González Calleja y al propio David Rapoport.
David Rapoport sentó un precedente historiográfico fundamental para los estudios del terrorismo cuando definió el concepto de oleada de violencia en el capítulo “The four waves of modern terrorism” del libro Attacking Terrorism: Elements of a Grand Strategy, publicado en 2004. Para Rapoport se podía analizar la evolución del terrorismo moderno en cuatro grandes oleadas desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Cada oleada tiene una ideología dominante, una duración aproximada de 40 años, y surge en respuesta a eventos históricos significativos, teniendo un carácter eminentemente trasnacional. Las oleadas que Rapoport definió fueron la anarquista, entre 1880 y 1920, la anticolonial, de 1920 a 1960, la de la Nueva Izquierda, de 1960 a 1980, y la última, en la que teóricamente nos encontramos, la islamista, desde 1980 hasta el día de hoy. Diferentes autores desde entonces han matizado la extensión de las oleadas, los eventos que las inician e incluso añadido nuevas, como la nacionalista identificada con el fascismo entre 1920 y 1940 (como defiende Eduardo González Calleja), pero el modelo se ha mantenido vigente a grandes rasgos hasta día de hoy.
Sin embargo, la pregunta que parece plantear el modelo actualmente es cuando se agotará la oleada actual, y cuál será la siguiente. Algunos autores se han lanzado a hablar del terrorismo de extrema derecha, e incluso el terrorismo incel, un terrorismo caracterizado por lobos solitarios que radicalizados en las redes toman la iniciativa para atentar contra el sistema, y en cuyo saco el FBI ha incluido al movimiento “terrorista” Q Anon (si bien sabemos que esta cultura digital es demasiado amplia y compleja como para clasificarla como grupo terrorista). El modelo sugerido se basa en casos como el del famoso atentado del noruego Anders Breivik o el australiano Berton Tarrant que atacó una mezquita. Sin embargo, estas lecturas olvidan que el sistema de oleadas suele medirse en base a las organizaciones y partidos formados a nivel trasnacional por esta nueva generación política, y no solo mediante el número de atentados a nivel individual. Es por esto por lo que dudo que estemos ante la forma definitiva de la violencia política de nuestro ciclo. Si bien se apoyan en la tesis de que las características de una ola siempre beben de la anterior, el islamismo se organizaba de forma celular y mediante la auto radicalización individual solo en occidente, teniendo bases de operaciones y organizaciones en su región natal, y la oleada de radicalización derechista en Europa aún no se ha traducido en la afloración sistemática de grupos beligerantes de nuevo cuño a nivel trasnacional, al menos no de forma evidente.
Pero es innegable que el ciclo islamista se está agotando, que las nuevas generaciones en el mundo occidental están viviendo un proceso de radicalización, que la derecha en concreto parece estar adquiriendo un protagonismo especial en la movilización generacional del que antes carecía y que la revolución de las comunicaciones e internet está favoreciendo entre estas el desarrollo de nuevas formas de conciencia y militancia política, elementos que el propio Rapoport señala en su obra como característicos de una ola. La forma definitiva de este cuestionamiento generacional del mundo en el que vivimos aún está por llegar, pero, si bien aquel que prometa conocer el futuro no es más que un agorero, podemos intuir ciertas características que indudablemente serán claves en el manual de acción de esta nueva ola que pretende barrer todo aquello que considere antiguo y decadente.
Las oleadas de violencia, como hemos mencionado, presentan todas un evento que actúa como detonante, una estrategia de acción dominante, un “ethos común”, unos avances tecnológicos clave y una serie de focos geográficos. En el caso de la nueva izquierda fue la revolución cubana, la guerrilla y el terrorismo urbano, la revolución socialista entendida en un sentido amplio, la aparición del avión y la universalización de las revistas y un área de extensión global con especial importancia en América y Europa.
El momento fundacional que marque el modelo a seguir no parece estar definido aún, porque si bien las elecciones americanas de 2016 marcaron un modelo institucional y democrático para tomar el poder, es evidente que existe una pulsión más agresiva que quiere liberarse de las decadentes cadenas institucionales de occidente y que ha quedado insatisfecha con los resultados de los mandatos de Trump. Para la lucha nacionalista de los años 20 el momento fundacional que definió el modelo a seguir fue la marcha sobre Roma, para la anticolonial fue la liberación de Vietnam, para la nueva Izquierda la revolución cubana y para el islamismo la revolución iraní. Consideramos que, en el caso de lo que tal vez podríamos llamar la nueva derecha, simplemente aún no ha ocurrido un suceso capaz de ofrecer un método a seguir que pueda movilizar las militancias juveniles unificadas. En definitiva, aún falta que cristalice la nueva oleada, pero los medios, el relevo generacional y la energía común parecen estar ya presentes. Por lo tanto, no me atrevo en este artículo, careciendo de un detonante claro, a definir una posible estrategia de acción.
El elemento más identificable, por otro lado, es el avance tecnológico. En concreto se trata no ya de internet, sino de la creación de la cultura digital, que de hecho está ya en el centro de las nuevas militancias, y es el gran caballo de batalla de la derecha en el mundo actual. Si se considera que el islamismo fue pionero en la radicalización digital, la extrema derecha lleva practicando esta praxis desde fechas tan tempranas como la creación de Stormfront en los años 90. La producción de una cultura digital propia favoreció la creación de una identidad común y un lenguaje que fuese más allá del consenso socio-liberal popularizado de forma cada vez más extendida a comienzos de los 2000. Fue a través de blogs y foros de todas las naturalezas y posturas dentro de la derecha que esta cultura e identidad extremista sobrevivió, y permitirían que se apropiase de esta la nueva oleada generacional de los 2000 en su ruptura con un mundo liberal percibido constantemente en crisis. El avance tecnológico clave por lo tanto es la aparición de las culturas digitales.
El área geográfica, si bien parece ser global, aparenta tener un protagonismo especial en el primer mundo, habiendo un cambio especialmente radical en las tendencias políticas y generacionales de occidente. La desigualdad generacional, el empobrecimiento de la juventud y una crisis en el mercado laboral en todo el primer mundo son elementos que contribuyen a una radicalización ideológica cada vez mayor de los jóvenes, una tendencia autoritaria que no ha pasado desapercibida a los medios o a los gobiernos.
La energía común de esta oleada es y será probablemente de cuño nacionalista, si bien su forma definitiva y concreta aun parece está definiéndose, y la ausencia de un detonante claro, como hemos mencionado antes, no ayuda a definirla definitivamente. Sin embargo, los discursos anti globalistas parecen ser un elemento común a la mayoría de los grupos radicales que están surgiendo en el nuevo contexto.
Es pronto por lo tanto pronto para identificar una tendencia clara, pero la radicalización progresiva, la formación de espacios militantes y la normalización de los nuevos discursos es sin lugar a duda el abono previo en el que todos los grupos radicales parecen estar trabajando para poder surfear la ola cuando esta finalmente se levante. Quien sabe cuál será el detonante de la nueva oleada de violencia política, pero lo que está claro es que más vale estar preparado para su llegada, y que parece más cercana de lo que algunos piensan.