La identidad, nuestra sangre y los nombres que le damos a ello conforman una conexión que va más allá de lo etimológico, cultural, espiritual o lo genético. Es eso todo y más, una conjunción de los factores, una mélange holística que conforman el ser de una nación y sus gentes.
Por eso cuando dices España estás diciendo Hispania, estás diciendo Iberia, estás diciendo Sefarad, estás diciendo al-Ándalus (tomado por su etimología original proveniente de tierra de los vándalos) y, nuestra favorita, estás diciendo Hesperia. Todos los nombres dados a nuestra tierra ancestral, de donde nuestra sangre se integra con la savia de sus raíces, por propios, por enemigos o pueblos testigos de sus eras.
No estamos diciendo nada nuevo, pero tampoco nada viejo. Pues la identidad derivada del sustrato de una nación es tanto lo que la crea como lo que la mantiene unida con un propósito de futuro común, es decir, el combustible que alimenta las llamas del fulgor que inspira las grandes gestas.
No olvides que Hesperia no es solo un nombre, es el eco vivo que resuena en nuestra sangre y en cada paso que damos. Cada generación ha dejado su huella y hoy te toca a ti, joven español, forjar el eslabón siguiente en la cadena de nuestro linaje. Porque tomar tu sitio en el mundo es también honrar a los que nos precedieron y sellar el destino de los que vendrán enlazando tu apellido con la historia infinita de esta tierra ancestral.
Por eso, joven español: Hesperia te llama.
Las grandes gestas aún por venir tienen tu nombre.
Joven español, levántate y toma el lugar en el mundo que te pertenece.
Joven español: es tu turno de moldear la historia y ligar tu apellido al destino de lo eterno, al destino de Hesperia.